Decidimos quedarnos a avanzar un poco más. Los demás se iban nada más a las ocho de la noche y nos miraban mientras se retiraban. Nosotros seguíamos con la ropa de trabajo, trabajando. Al vernos hablaban entre ellos y se reían; qué extraño era todo. Llegué a pensar que se burlaban de nosotros y nuestra suerte.
Pasaron las horas y nos adentramos más en la mina. Ya casi era medianoche, así que Jacinto sacó de entre sus cosas una botella de chicha de jora y empezaron a tomar, pero estábamos demasiado cansados; así que decidimos dormir ahí dentro de la mina.
Todos éramos inmigrantes que habían venido a buscar mejor suerte en Tacna una pequeña región al sur del Perú. Algunos soñábamos con nuestro hogar, otros con algún amor que dejamos y otros, escapaban del caos y la guerra de nuestro mundo.
Mientras dormíamos, comenzaron unos ruidos como de golpe de metal y risas de niños que no me dejaron seguir durmiendo.
Levanté la mirada hacia el interior de la mina y vi un resplandor amarillo.
Entre estos extraños seres, hubo uno que se dio cuenta de mi presencia, y comenzó a acercarse. Se encontraba jugando con piedras. Estaba riéndose mientras tenía en sus manos oro, tanto oro que no podía sujetarlo con sus tan pequeñas manos.
Me quedé impávido por un momento, pero de alguna forma, no sé cómo, reaccioné.
Comencé a decirle: “Niño ¿Qué haces aquí? ¡Niño!”, pero no se inmutaba.
Entonces decidí acercarme a paso lento y, cuando estuve muy cerca de él, le tomé del brazo y le dije “¿qué haces aquí?”. De pronto levantó su rostro hacia el mío y pude ver su mirada. No era la de un niño, era la de alguien viejo; su cara estaba arrugada y sus ojos cambiaron totalmente.
Quise soltarlo, pero con su otra mano tomó mi brazo. Su mano era muy pequeña, pero tenía uñas grandes y gruesas que empezaron a lastimarme el brazo. Lo único que atiné a hacer fue sacar a “Ragnar” – así es como llamaba a mi puñal – y le hice un corte en el brazo. Me soltó. Empecé a correr hacia donde estaban mis amigos y comencé a despertarlos.
Mientras lo hacía, el resplandor seguía. No sabía cómo despertarlos así que agarré la poca chicha que quedaba y se las eché en la cara. Cuando despertaron, no atiné a decir nada. Sólo les señalaba con mi mano hacia dónde mirar y cuando lo hacían vi cómo el resplandor desaparecía. El miedo seguía en mí y demoré unos minutos en despertar del caos. Al ver mi puñal, donde supuestamente debía haber sangre por el corte que hice, no había nada, al acercarme más a él, note un extraño liquido color dorado que vendría a ser la sangre de aquel duendecillo, alguien que vi en la oscuridad…
Fin
FUENTE: ENCUENTOS.COM