En una escena que rápidamente captó la atención pública, Donald Trump hizo una visita inesperada a un restaurante McDonald's en Feasterville-Trevose, Pensilvania, donde se puso el delantal y se dispuso a servir papas fritas a los clientes. A simple vista, podría parecer una maniobra inusual en plena campaña presidencial, pero este evento tiene matices que revelan tanto el poder de las franquicias como la influencia que McDonald's tiene en la vida cotidiana de millones de estadounidenses.
Lo que pocos saben es que la presencia de Trump en este McDonald's no fue organizada ni aprobada por la empresa matriz. Como aclaró McDonald’s en un comunicado a sus empleados, el modelo de franquicia bajo el cual opera la mayoría de sus restaurantes otorga a los propietarios cierta autonomía, lo que permite invitar a figuras políticas sin necesidad de autorización de la corporación. Derek Giacomantonio, el propietario del local, aceptó la visita tras ser abordado por las autoridades locales, orgulloso de mostrar cómo su equipo sirve a la comunidad.
Este tipo de independencia de las franquicias ha sido tanto una fortaleza como un desafío para McDonald's. Si bien fortalece la relación de la marca con las comunidades locales, también puede crear tensiones cuando un evento llama la atención mundial, como sucedió recientemente en Israel, donde un franquiciado ofreció descuentos a las fuerzas de seguridad tras un ataque de Hamas. Este episodio provocó un boicot en países de mayoría musulmana, subrayando la delicada posición que puede enfrentar la compañía en situaciones de alto perfil político.
El incidente en Pensilvania también se vio envuelto en otra controversia. Durante su aparición, Trump no solo frió papas, sino que aprovechó la oportunidad para criticar a su rival, Kamala Harris, quien ha afirmado en varias ocasiones que trabajó en un McDonald's durante su juventud. Trump ha desestimado esa afirmación, calificándola como una mentira, aunque no ha presentado pruebas al respecto. A pesar de la polémica, el expresidente aprovechó la ocasión para reforzar su imagen de cercanía con los votantes, incluso usando la frase: “Ya trabajé 15 minutos más que Kamala”.
Este episodio, aunque aparentemente trivial, refleja las estrategias que tanto Trump como Harris emplean para conectar con la clase trabajadora y la importancia que adquieren los símbolos culturales como McDonald’s en el contexto político. La empresa, por su parte, ha dejado claro que no respalda a ningún candidato, subrayando que "no somos rojos ni azules – somos dorados”, una referencia a su icónico logo.
Lo que resulta innegable es el poder simbólico que McDonald's tiene en la narrativa estadounidense. Ya sea como un espacio de encuentro cotidiano o como un escenario para la política nacional, la cadena de comida rápida sigue siendo, para bien o para mal, un reflejo de la cultura popular y de la política en Estados Unidos.
Fuente: Fotos Portada y Foto1: Reuters, Foto2: AF/DPA