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Los alineamientos de Carnac: el enigma de piedra que conquista a la Unesco

Silenciosas, ancestrales y perfectas, las piedras de Carnac desafían el tiempo y la lógica. Hoy, este misterio megalítico francés recibe su consagración mundial como Patrimonio de la Humanidad.

En el corazón de la Bretaña francesa, entre el golfo de Morbihan y la península de Quiberon, se despliega uno de los paisajes más hipnóticos de Europa: miles de menhires erigidos en alineaciones milimétricas que atraviesan los campos como un ejército de gigantes dormidos. Es Carnac, el nombre que desde julio de 2025 forma parte del exclusivo club de sitios protegidos por la Unesco. Un reconocimiento tardío, pero necesario, para uno de los complejos megalíticos más antiguos y enigmáticos del mundo.

Mientras muchos los conocen como las piedras que lanzaba Obélix en los cómics de Astérix, lo cierto es que estos monolitos tienen poco de ficción. Con más de 6.000 años de antigüedad —anteriores a las pirámides de Egipto y al mismísimo Stonehenge— los alineamientos de Carnac constituyen un testimonio sin igual del ingenio, la fuerza y el misterio de las sociedades neolíticas de Europa occidental.

Una coreografía de granito que desafía los siglos

Más de 3.000 piedras dispuestas en líneas simétricas que se pierden en el horizonte componen el paisaje de Carnac. Algunas miden apenas un metro, otras alcanzan los seis. Lo asombroso no es solo su número ni su tamaño, sino su disposición: ordenadas, rítmicas, como si siguieran una partitura escrita en piedra.

“El alineamiento de Ménec cuenta con 1.099 megalitos; Kermario, con 982; y Kerlescan, con 540”, explica Mathieu, uno de los guías del sitio arqueológico. Pero en sus orígenes, podrían haber sido muchos más: entre 10.000 y 15.000, según estimaciones, incluyendo tumbas, crómlechs y dólmenes.

Pese al paso del tiempo, el método constructivo aún fascina por su simpleza y precisión. Las piedras, extraídas de los afloramientos graníticos locales, eran separadas con cuñas de madera, luego transportadas con cuerdas y rodillos, y finalmente erigidas en sus posiciones definitivas. Algunas muestran hoy marcas rojas: huellas modernas que indican que han sido levantadas de nuevo por los arqueólogos tras siglos de caída.

Un misterio que ningún siglo ha logrado descifrar

¿Qué motivó a estas antiguas comunidades a alinear miles de piedras de esta manera? La pregunta aún no tiene respuesta definitiva. ¿Se trataba de un calendario astronómico? ¿Un mapa espiritual? ¿Un corredor sagrado entre mundos? ¿O un cementerio regio a cielo abierto? La falta de vestigios humanos y el simbolismo evidente de su orientación hacia el Atlántico alimentan un sinfín de teorías, pero ninguna certeza.

Más allá de la ciencia, las leyendas también han tejido su red en torno a Carnac. Una de las más populares cuenta que el santo bretón Cornely, perseguido por legiones paganas, las convirtió en piedra con ayuda divina. Una historia poética que convive con la versión más reciente y arqueológica, basada en dataciones radiométricas que sitúan su origen entre el 4800 y el 3500 a.C.

Una joya cultural en un rincón de mar y magia

Pero Carnac no es solo un yacimiento arqueológico: es también un destino encantador. Esta villa costera combina el misterio de los menhires con la vitalidad del verano bretón. Sus playas atlánticas, sus sidrerías, sus creperías y sus restaurantes de ostras conforman una oferta que deleita al viajero tanto como la contemplación de sus gigantes de piedra.

A su riqueza prehistórica se suma el túmulo de Saint Michel y el colosal menhir del Manio, de 6,5 metros, verdaderos guardianes del legado neolítico de la región. Incluso bajo el mar se han hallado menhires sumergidos, lo que añade una dimensión aún más mítica a este territorio que parece flotar entre lo terrenal y lo eterno.

Un patrimonio que interpela al mundo

Al incluir los alineamientos de Carnac y otros monumentos megalíticos del litoral atlántico europeo en su lista de Patrimonio de la Humanidad, la Unesco no solo reconoce su valor excepcional, sino también su fragilidad. La declaración representa un llamado a proteger, conservar y comprender mejor este legado que aún guarda más preguntas que respuestas.

Carnac no necesita comparaciones. No es el “Stonehenge francés”; es una voz propia que surge desde la antigüedad para hablarnos de una humanidad capaz de soñar en piedra, de trazar líneas invisibles hacia lo sagrado, y de dejar señales que, milenios después, seguimos sin descifrar.

En tiempos donde lo efímero reina, Carnac nos recuerda que hay cosas que resisten, que perduran, que desafían. Que el misterio, a veces, es el mayor patrimonio que tenemos.

Fuente Foto: Alineamientos de Carnac portadaa Agencia Istock

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